Una experiencia personal me ha
acercado a la adolescencia. A esa etapa tan especial donde nos formamos como
mujercitas (permitidme que sólo hable del colectivo femenino, no controlo del
masculino, así que mejor no decir nada) y que tantas malas fotos deja de
recuerdo para el futuro. La adolescencia es sinónimo de caos y aunque a veces
la superficie se mantenga en calma, las profundidades están inquietas.
¡Ay, la adolescencia! ¿Recordáis
cómo vestíais? Yo, perfectamente y es curioso que cuando ahora, muchos años
después y en plena madurez, con nada me siento más cómoda que con aquellos
estilismos quinceañeros. Y es que en la adolescencia, se supone (y digo se
supone) que se forma nuestra forma de ser, buscamos nuestra identidad y demás
teorías psicológicas acerca de la personalidad. Digo se supone porque yo aún
sigo buscando mi estilo. Aunque dicen que el estilo aparece cuando no puedes
hacer las cosas de otra manera y como ya he confesado aquí más de una vez, los
vestidos son lo mío. Así que supongo que será ese mi estilo.
Total, volviendo a las
adolescencias actuales, decir que mi máxima conclusión es que no hemos cambiado
ni un ápice. Pero ni uno. Chicas adolescentes, si me estáis leyendo: no sois
modernas. Lo que hacéis lo hizo vuestra madre y si las tenéis, lo harán
vuestras hijas. ¿Qué a qué me refiero? Ante un grupo de adolescentes chicas,
sin conocerlas, a simple ojo, ves quiénes son amigas por un detalle que incluso
a los 30, seguimos haciendo: visten igual. Misma camisa, mismos zapatos, misma
chaqueta o mismo outfit de pies a cabeza para las menos reprimidas. Antes nos
llamábamos por el teléfono fijo, intentando no gastar muchos minutos en la
época en la que las tarifas planas no existían. Ahora se pondrán un wasap con
mucho emojis y acordarán estilismo. Las formas cambian pero no la intención. En
la adolescencia necesitamos sentirnos apoyadas por el grupo más que nunca lo
habíamos necesitado antes y que nuestra amiga del alma lleve la misma ropa que
nosotras nos hace sentir fuertes.
Por descontado, la segunda cosa
que más llama la atención es el regreso de las antiguas modas. Ahora todas
visten como si estuvieran en los años 80, con pitillos cuyas cinturas se alzan
hasta el ombligo como en el príncipe de Bel Air, tops de principios de los
noventa y todo tipo de accesorios retro que estoy segura que sus madres habrán
sufrido una regresión en el tiempo al comprárselas. Amén de alguna bronca por
las pintas. Eso, seguro.
Y al ver estas cosas te das
cuenta de que no hay nada nuevo bajo el sol y que ayudar a las adolescentes a
encontrar su lugar en el mundo a través de la moda, puede parecer difícil por
el cambio generacional pero hablan el idioma de nuestra primera juventud:
inseguridad, ganas de agradar, preocupación por el aspecto y dudas sobre su
cuerpo. Me sorprendió, en una de las ocasiones, como ellas mismas explican a
las mujeres que admiran y no es de extrañar que eran mujeres hipersexualizadas,
enseñando constantemente todas las esquinas de su anatomía. Incluso en eso no
han cambiado: a mí me encantaba la Gwen Stefani de No dobut, cuando enseñaba
barriga y brazos, aunque ya os aseguro que se quedó en la fantasía y que nunca
me dejaron vestir similar a ella.
La adolescencia es complicada
pero se sale de ella. Con mejor o peor suerte. Son años complicados y aunque
muchas pensemos que las que nos siguen no son como nosotras, no podemos estar
más equivocadas porque ellas pecan en lo mismo que hicimos nosotras: usar la
ropa para reivindicar su personalidad y adorar el plástico como si fuera oro.
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